lunes, 13 de septiembre de 2010
LA ORACIÓN DE ALABANZA
“El que ofrece sacrificios de alabanza,
me honra de verdad” (Sal 22, 24)
Cuando el hombre descubre la cantidad de beneficios que ha obtenido de Dios, sólo entonces, surge, desde lo más profundo de su ser, la bendición y el agradecimiento.
Es lo que se conoce con el nombre de oración de alabanza y oración de acción de gracias. Si bien, las dos son parecidas, pues en ambas la finalidad es dar gloria al Señor, la primera de ellas, la oración de alabanza, es teocéntrica, se dirige más a la persona de Dios que a sus dones. Se aproxima a la adoración, ya que canta a Dios porque es Dios, independientemente de las gracias que de Él se reciban.
Alabar a Dios es exaltarlo, magnificarlo, entonar su nombre, reconocer su superioridad única. Esta exultación es propia de los humildes, –de los santos, dice
En un primer momento,
La alabanza es, esencialmente, la misma en ambos casos está dirigida a Dios Padre. No obstante, ahora, se trata de una alabanza cristiana, por estar suscitada por el Misterio de Salvación Revelado: Nuestro Señor Jesucristo.
Dios no necesita que lo alabemos, pues nada le aportamos con ello a Su grandeza. Entonces, ¿qué sentido tiene la alabanza? Dios quiere que lo alabemos porque es la mejor manera de demostrarle que lo amamos, y, ya sabemos que Nuestro Señor es un Dios celoso, mendigo de nuestro amor, que no quiere que antepongamos nada a Él: “Escucha, Israel: Yahvé nuestro Dios es el único Yahvé. Amarás a Yahvé tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu fuerza. Graba en tu corazón estas palabras que yo te dicto hoy” (Dt 6, 4-6).
De todas las oraciones de alabanza, la que más ha agradado a Dios es Santa María. La vida de la pequeña de Nazaret fue un continuo cántico de gloria al Creador. Encomendémonos a